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jueves, 15 de diciembre de 2011

SOY ASI O AL MENOS ME LO PARECE


Cuando escribo estas palabras estoy frisando los cincuenta. Recuerdo lo mayor que me pareció mi padre cuando llegó al medio siglo y lo joven que ahora me siento. Paradojas de la vida. Soy hijo de un médico rural y de una modista de pueblo. A nadie le debo lo que soy salvo a mi esfuerzo y a ellos. Y supongo que al destino. Pero sobre todo, a Ella. Tuve una infancia feliz y una juventud intensa y apasionante. Trabajo entre hormigones, aceros, escayolas y ladrillos para construir en la tierra los castillos en el aire de la gente. Y me gusta lo que hago.

Una calva enseñorea mi cabeza y unas gafas acompañan mis miradas. Son los rasgos que me identifican. La herencia de mis abuelos. Ella siempre dice que los calvos son calvos por ser viriles ¡Ella me quiere! No soy feo, pero de joven fui guapo, al menos eso dice Ella. Supongo que soy una persona normal. ¡Nadie es perfecto! Salvo los actores que Ella admira y que yo me callo para no oírla.

No soy bueno en casi ninguno de los sentidos que tiene la palabra bueno. Mi maldad, en cambio, es prácticamente la misma de todos los mortales. Mis males son comunes y de todos tengo un poco. En eso soy igual de corriente que todos los hombres corrientes de la tierra. De mis maldades, quizás sea la envidia la que menos me avasalla porque sobre ella señorea siempre mi inefable vanidad. Me gusta pavonearme de lo que hago y como la indolencia arruina mi constancia, en casi todo lo que empecé he terminado por ser un simple diletante. ¡Que de cosas he dejado a lo largo del camino!

No me puede la avaricia, ni me invade la lujuria. Sólo el ansia de la gula y el mal de la tozudez han logrado transportarme a las puertas de la ira. No creo en la caridad, pero creo en la justicia. La prudencia me apacigua. Me conforta la razón y reniego de la fe. ¡No puedo seguir a ciegas lo que no consigo ver! Me asusta la intolerancia, y me asusta el sectarismo. No me gustan los que leen lo que quieren que le escriban. No me interesan los que escuchan lo que desean oír. Ni me agradan los que sólo miran aquello que quieren ver. Todos ellos cuando miran y cuando oyen y ven, ni piensan en lo que dicen, ni escuchan lo que ellos oyen, ni miran lo que ellos ven.

Media vida he dedicado a luchar por cambiar mi tierra. Al final nada ha cambiado. Le han enjuagado la cara; le han maquillado los ojos y la frente, y después de tantos años, ¡es la misma que fue siempre! He luchado en mis batallas y al final perdí mi guerra. Derrotado, persevero como el propio Galileo: ¡eppur si muove! Pero mi tiempo ha pasado. Ya no tengo la esperanza !se quedó por el camino! Me han quedado la familia, y algunos buenos amigos. Para el resto del viaje me basta con mis dos hijos y, sobre todo, con Ella y con el amor.

Manuel Visglerio Romero. Noviembre 2011. 

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