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martes, 1 de octubre de 2013

OTOÑO

Marismas se despierta. Ayer el cielo estaba despejado pero hoy el día ha amanecido cerrado. No hay nubes, pero todo el firmamento hasta donde alcanza la vista, aparece como pintado de gris. Un gris de plomo, oscuro, casi negro. Antes de una hora va a empezar a llover. Se presiente por la humedad y por el viento del sur. Huele a tierra mojada. Hace frio. En la calle no hay un alma. ¡Hay que estar un poco loco para salir con este tiempo! Se oyen algunos ladridos de perros a lo lejos. Seguramente están barruntando la tormenta. Los árboles de la plaza se agitan con el aire y las ramas suenan como si murmuraran con un silbido acompasado. Las hojas en el suelo crepitan como el fuego de una hoguera cuando se arrastran por el empedrado y se arremolinan con las ráfagas de viento. La poca claridad que se refleja sobre las paredes blancas de las casas es suave y mortecina. Sobre el color cobrizo y pardo de las tejas, se destacan las volutas de humo que nacen de los tiros de las chimeneas. Por entre las casas algún recuadro de luz se escapa por los postigos entreabiertos de alguna ventana. Marismas está triste. Hace mucho frio. Es otoño.
Manuel Visglerio Romero - Noviembre 2011

jueves, 13 de junio de 2013

CULPA PROPIA, CULPA AJENA


Soy concejal andalucista de mi pueblo y no me avergüenzo de serlo. Yo no tengo la culpa de lo que te pasa, ni de lo que me pasa, porque a mí también me ocurre. Yo no soy inmune a la crisis. Llevo muchos años ejerciendo mi cargo y no cobro un euro por hacerlo. Tú me dirás que nadie me obliga a ser concejal, y yo te diré que es cierto que nadie me obliga, lo hago porque me gusta la política y por algo más, por lo que no tengo que pedir perdón, lo hago porque quiero cambiar las cosas. Tú dirás que todos dicen lo mismo, y yo te diré que es verdad que todos dicen lo mismo, y que por lo tanto algunos mienten. En mi caso, y en el de muchos otros, a ti te corresponde saber si mentimos o no. Has tenido tiempo de comprobarlo pero no has querido hacerlo.

            La primera vez que un político te defraudó pudiste votar a otro pero no lo hiciste. Cuando viste a un político enchufar a un familiar pudiste votar a otro y decidiste no hacerlo. Cuando incumplió sus promesas también estuvo en tu mano dejar de votarlo. Pudiste dejar de confiar en él cuando te enteraste de que pedía el carné de su partido para darte un trabajo. La primera vez que acusaron a un político por corrupción pudiste dejar de votar a su partido, pero tampoco lo hiciste.

            En todos esos momentos pudiste cambiar las cosas pero no las cambiaste porque pensabas que todos los políticos eran iguales. Y ahora después de todo lo que ha llovido, y de todo lo que estamos pasando, resulta que la culpa es mía. Me culpas a mí, que nunca he gobernado, porque tú has decidido que todos los políticos somos iguales, a pesar de que has seguido votando a los que al final nos han llevado a la ruina. Ahora resulta que yo soy culpable de tu culpa.

¿Pues sabes de lo que me siento culpable? Soy culpable de dedicarle a mi pueblo horas y horas a cambio de nada. Soy culpable de robarme los pocos ratos libres que tengo para dedicártelos a ti sin que tú lo sepas. Soy culpable de robarle tiempo a mi familia para seguir luchando por nuestra tierra sin que nunca me hayas dado tu confianza. De eso y de mis errores y de los errores de mi partido, que seguro que son muchos, me declaro culpable pero no de los tuyos.

Seguramente casi nada de lo que he dicho te hará cambiar de opinión. Quizás seguirás pensando que todos somos iguales, y probablemente cuando ya nos hayas condenado, tengamos o no tengamos la culpa de casi nada, sólo me quedará preguntarte:¿a quién vas a llamar para que luche por ti a cambio de tan poco? 

Manuel Visglerio Romero – Junio 2013.

miércoles, 29 de mayo de 2013

DEBER DE CIUDADANIA


            Una de las frases de Maquiavelo más comentada en la historia de las ideas políticas es la celebrada por algunos: ‘el fin justifica los medios’. Hoy en día este principio maquiavélico sigue teniendo vigencia; en la balanza de la moral política la virtud y la honradez siguen teniendo poco peso y a los reiterados casos de corrupción hemos de remitirnos. Pero hay otra sentencia de Nicolás Maquiavelo que es más vigente si cabe: ‘ pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos’. En la crisis actual, la partitocracia bipartidista defiende sus cuotas de poder mediante el juego de las apariencias. Todo es una gran pantomima para mantener el poder a toda costa. En Andalucía, por no salir de nuestra tierra, el bipartito PSOE-IU, camufla sus continuos recortes culpando a su vez a los continuos recortes del PP. Yo recorto tanto como tú pero aparento no hacerlo.
            La deuda de Andalucía producida por los sucesivos gobiernos del PSOE alcanza los 20.500 millones de euros, un 14,5% del PIB andaluz; para enjugar esa deuda llevamos años sufriendo continuos recortes, que a su vez se camuflan bajo el manto de los continuos recortes que realiza el gobierno del PP, que a su vez se mimetizan en la selva de recortes que exige una Unión Europea cada vez más mediatizada por Alemania. Unos y otros intentan, y desgraciadamente lo consiguen, aparentar que no hacen lo que realmente están haciendo.
            PSOE y PP pactaron la reforma del artículo 135 de la Constitución que obliga al Estado y a las Comunidades Autónomas a no incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos por la Unión Europea y pactaron, a su vez, que el pago de la deuda ‘gozará de prioridad absoluta’. Los dos partidos son culpables de una decisión que beneficia a la banca, recorta las inversiones y nos aboca a unos niveles de paro cada vez más alarmantes, y sin embargo ninguno quiere asumir las consecuencias de dicho acuerdo, aunque los dos intentan, y parece que lo logran, aparentar que es el contrario el que maneja en exclusiva la podadora de las prestaciones sociales.
            Decía el autor de ‘El príncipe’ que ‘el fin de la política es el poder’. El bipartito se obstina en darle la razón; al final todo se reduce a una lucha por mantener el poder o por conquistarlo; el aspirante, para conseguir su meta, niega haber hecho nada de lo que hizo y el ejerciente, que hace todo lo contrario de lo que prometió, culpa a la herencia recibida de todos los males.
            El problema de la partitocracia actual reside en el hecho de que los ciudadanos hemos dejado de ejercer nuestras responsabilidades sociales; hemos abandonado el espíritu de la transición y sin darnos cuenta nos hemos entregado con armas y bagaje a los aparatos de poder. Nuestro abandono de la política ha creado una casta que ha hecho de la política, como decía Blas Infante, ‘una profesión exclusiva y excluyente’; en nuestras manos está dejar de ver lo que aparentan y desvelar lo que realmente son, pero para ello tenemos que recuperar y ejercer de forma responsable nuestro deber de ciudadanía.
           Manuel Visglerio Romero - Mayo 3013

lunes, 22 de abril de 2013

LA OLLA DE LOS POBRES



            A finales del siglo XIX, Blas Infante, estudió el bachillerato en el internado de los escolapios de Archidona.  Allí tuvo Infante, a los once años, la visión sombría de los jornaleros a los que veía pasear su hambre, cada día, camino de «la puerta de la guiropa», un portón en el que hacían cola y por el que los escolapios repartían un guisote hecho de sobras. Desde las ventanas del internado, entre los pedigüeños, reconocía Infante a los padres y abuelos de varios de sus mejores amigos de clase.
            Han pasado más de cien años de aquella escena y quién nos iba a decir que después de tantos años íbamos a volver a ver «la olla de los pobres» en los colegios de nuestra Andalucía y de la mano de un gobierno de izquierdas. Es verdad que ya no será una olla, ni será por la caridad de unos religiosos, será por el decreto de unos políticos que camuflan su ineptitud tras un papel timbrado.
            Que Andalucía, después de treinta años de autogobierno y de dos «modernizaciones»,  con una renta per cápita cercana a los 18.000 euros y con el tercer PIB de España, tenga que abrir los comedores escolares y las unidades de día para dar de comer a niños y mayores con peligro de exclusión social, sólo demuestra el poco respeto que el gobierno andaluz le tiene a los andaluces. En pleno siglo XXI es inadmisible que un gobierno que maneja más de treinta mil millones de euros y que se declara de izquierdas, no haya establecido una Renta Social Básica para las familias con riesgo de exclusión. Una Renta Social que permita a los andaluces no tener que mendigar la comida de sus hijos ni de sus padres.
            ¿No recuerdan más de uno y más de dos aquello de «en mi hambre mando yo»?. Acaso los excluidos por la crisis no tienen derecho a su dignidad. No podemos hacer repetir a un alumno pobre porque se traumatizaría, y sí pueden, desde el gobierno andaluz, estigmatizarlo con un desayuno o una merienda que los delata y los excluye socialmente. El pueblo andaluz y el pueblo andaluz que sufre y que padece merece otro trato. Los andaluces no necesitan la caridad de sus políticos, y menos una caridad proclamada en titulares de prensa. El pueblo andaluz no se merece tener un gobierno que se dedica, por un espurio interés político, a hacerle la competencia a los Bancos de Alimentos y a las ONGS, que de forma altruista y desinteresada llevan años ayudando a cientos de familias de forma anónima y callada.
            Decía Blas Infante, durante la república, que «el hambre, la terrible hambre jornalera, es más amarga siendo republicana que monárquica, porque además de ser hambre de pan es hambre de esperanzas defraudadas por la república», después de casi un siglo, algunos debieran releer al padre de la patria andaluza, creerse nuestro estatuto y no defraudar las esperanzas que muchos pusieron en él para cambiar el signo de nuestra historia.
             Manuel Visglerio Romero - Abril 2013   

martes, 16 de abril de 2013

MOÑIGUEROS


     Nadie sabe desde cuando se utiliza el calificativo de “moñiguero” o “boñiguero” como gentilicio de aquellos que hemos nacido o vivimos en Los Palacios y Villafranca. Unos dicen que el origen del apelativo se debe al uso que los vaqueros de la marisma hacían del excremento seco del ganado vacuno como combustible en las lumbres e incluso en los hogares de las casas más humildes.      Sea cual sea el origen del sobrenombre, lo que sí es cierto, es que los vecinos de algunos pueblos cercanos lo han utilizado durante generaciones, entre bromas y veras, unos como una forma cariñosa de citarnos y otros, los menos, con ganas de molestar. Yo, como la mayoría de los palaciegos, nunca lo he tomado a mal; siempre lo hemos considerado como un tratamiento cordial, incluso nuestro más ilustre poeta, Joaquín Romero Murube, apelaba en sus escritos a …los manes de mi marisma boñiguera.
         Al contrario de lo que muchos pudieran pensar, yo, como andalucista, en lo referente a mi pueblo no soy especialmente chauvinista ni por supuesto aldeano; el que piensa que lo suyo es lo mejor simplemente por ser suyo, es que no ha salido de su aldea. Pero que no sea chauvinista no quita para que, desde las últimas elecciones municipales, sienta una profunda indignación por las continuas apariciones en prensa de mi pueblo, con titulares cada vez más escandalosos: el ayuntamiento, arruinado por el antiguo alcalde socialista Antonio Maestre, tiene una deuda de más de setenta millones de euros; el ayuntamiento entrampado hasta las cejas debe tres nóminas a los trabajadores municipales; Los Palacios y Villafranca se acoge al Plan de pago a proveedores por un importe superior a veintidós millones de euros que el anterior gobierno del PSOE dejó sin pagar; la Junta de Andalucía reclama al ayuntamiento la devolución de numerosas subvenciones de proyectos no ejecutados, cuyos fondos fueron desviados por Antonio Maestre y de los que no se ha aclarado su destino; la empresa municipal de desarrollo local Idelpa se declara en concurso de acreedores y una auditoría destapa miles de euros sin justificar por los anteriores gestores del PSOE; dimite una concejala socialista que compró entradas para los toros con fondos municipales destinados a asuntos sociales; y lo último: dimite la concejala y portavoz municipal del PSOE acusada de pagar trajes de flamenca, para uso propio, con fondos del ayuntamiento.
       ¿Qué nos queda por ver, después de tantos años de prepotencia y de sectarismo, después de tantos años de creerse los dueños del cortijo y de sentirse inmunes e impunes a cualquier fechoría?
        Es verdad que el pueblo de Los Palacios y Villafranca castigó en las urnas a estos “socialistas” arrebatándoles siete concejales de una mayoría holgada de trece que disfrutaban; es verdad que más del 70% de los Palaciegos apostó por un cambio después de  más de veinticuatro años de continuos gobiernos del PSOE; pero no es menos cierto que muchos de los que han perpetrado la tropelías que día a día estamos conociendo, siguen protegidos por el paraguas del Partido Socialista, cobrando un sueldo a cargo del erario público después de haber arruinado a todo un pueblo.
         Como vecino de Los Palacios y Villafranca proclamo a todo aquel que quiera oírlo que mi pueblo no es mejor ni peor que cualquier otro, que los palaciegos no somos como algunos demuestran que son y que yo como la mayoría soy “moñiguero” y no me avergüenzo de serlo, aunque durante muchos años me he preguntado por qué mi pueblo se dejaba gobernar por ciertos personajes, que ahora están manchando el nombre de otros muchos políticos que nos sirvieron a todos con honradez y decencia.
Manuel Visglerio Romero - abril 2013

miércoles, 3 de abril de 2013

VOTAR Y BOTAR



Si un ladrón campa a sus anchas por los barrios de una ciudad desvalijando los cuatro duros de las familias porque no hay fuerzas de seguridad suficientes que patrullen las calles; si un río se desborda porque se han paralizado las obras que tendrían que desviarlo del casco urbano y provoca cuantiosos daños materiales; si un bosque arde de forma descontrolada porque se ha reducido el personal de los retenes produciendo un daño medioambiental irreparable; si un enfermo se muere en urgencias porque no hay personal suficiente para atenderlo; si todo esto ocurre y nadie se siente responsable de que esto ocurra, algo está funcionando mal en nuestro proclamado estado del bienestar. Y el problema no es que funcione mal, el problema es que, salvo a los afectados, a casi nadie le importa que estas cosas ocurran. Y ocurren por una simple razón: porque lo público, en este país, no es de todos, en este país lo público no es de nadie.
Si a alguien le roban sus ahorros entrando por una ventana de su casa porque alguien ha decidido gastar en festejos el dinero previsto para la seguridad ciudadana, ¿quién le devuelve al ciudadano sus ahorros?
Si entre todos tenemos que pagar con nuestros impuestos la limpieza de las casas anegadas por una riada que todo el mundo sabía que se iban a anegar, porque alguien ha decidido gastar el dinero del desvío del arroyo en sueldos astronómicos para mantener a cargos políticos afines, innecesarios y prescindibles, ¿quién devolverá al erario el valor del despropósito?
En tiempos de la televisión franquista se emitía un anuncio cuando se acercaba el verano para concienciar sobre los incendios forestales, ‘si el bosque se quema algo tuyo se quema’. Faltó tiempo para el chiste fácil ‘si el bosque se quema algo suyo se quema, señor marqués’. Desgraciadamente, todavía hay quien piensa que los bosques no son de nadie y se creen con el derecho de prenderles fuego, lo lamentable es que alguien decida gastarse el dinero de la prevención y de la extinción de incendios, en ayudar a cerrar fábricas y a destruir empleos con dinero público, sin que nadie les pida que costeen de su bolsillo la reforestación de nuestro montes por su dejadez e ineptitud.
¿Quién le devolverá la vida a una persona víctima de una atención médica insuficiente por falta de medios y de personal porque alguien ha decidido gastar en subvenciones el dinero necesario para la salud? Y cuando a la familia del finado tengamos que pagarle entre todos una indemnización, ¿quién le reclamará al responsable del homicidio de estado que pague de su bolsillo el dinero de todos?
Hasta que un alcalde inepto, un consejero irresponsable o un presidente manirroto, no tengan que responder por sus tropelías con su propio patrimonio, no conseguiremos limpiar la imagen de tantos y tantos cargos públicos honestos y eficaces, que cada día pagan el pato por la dejadez de unos pocos. Pero algo debe quedarnos claro, esta situación pudo evitarse en su momento y puede evitarse ahora, está en nuestras manos. La democracia se regenera de una forma muy fácil: votando a los honestos y botando a los ineptos y a los corruptos.
Manuel Visglerio Romero - Abril 2013. 

martes, 5 de marzo de 2013

TENEMOS QUE RESUCITAR A MONTESQUIEU



A Alfonso Guerra debemos la frase ‘Montesquieu ha muerto’. La pronunció al hilo de las críticas a la reforma legal realizada por el partido socialista para la elección de los miembros de Consejo General del Poder Judicial. Fue en los años ochenta, estrenada apenas la primera mayoría absoluta de Felipe González. La separación de poderes, después de la reforma por la que las Cortes elegían a la totalidad de los miembros del CGPJ, quedó si no muerta por lo menos en estado catatónico. El poder judicial a partir de entonces quedaba sometido al poder legislativo y en último término al albur de las mayorías parlamentarias.
El argumento Guerrista para la reforma legal se sustentó en el objetivo primordial de acabar con el corporativismo de unos jueces y magistrados provenientes del régimen franquista. La legitimidad de la decisión (artículo 122.3 de la Constitución) fue y es  incuestionable, aunque la autoridad moral argüida para su iniciativa, basada en la mayoría absoluta que el pueblo otorgó al PSOE, resultaba un poco trasnochada y con tintes más bolcheviques que democráticos, ya que las mayorías absolutas no garantizan la razón absoluta y de ello hemos tenido suficientes ejemplos en la historia.
Esta democrática “arbitrariedad” permanece desde entonces en vigor con una alteración introducida en el año 2001 durante el mandato de José María Aznar. A pesar de la modificación, siguen siendo los partidos y sus cuotas los que eligen en último término a los miembros del CGPJ, ya que aunque a las asociaciones profesionales de jueces y magistrados se les dio participación por parte del gobierno conservador, sólo se les otorgó el derecho a proponer una lista de treinta y seis candidatos, no el derecho de elección. Este sistema de conformación del órgano de gobierno del poder judicial, incluso de la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional, ha dado pie, con el tiempo, a un nuevo corporativismo, el corporativismo de los partidos: la partitocracia.
Las cuotas de control del poder ejecutivo sobre el poder judicial, y un sinnúmero de modificaciones e interpretaciones legales espurias, han contribuido a transformar nuestra democracia en algo cada vez más parecido al “turno” de la plutocracia del siglo XIX.
La partitocracia ha sido el fruto de un progresivo alejamiento de los ciudadanos de la política y de los partidos. El espíritu de la transición en la que se produjo una masiva participación política sobre la base de que la democracia y la libertad podrían cambiarlo todo, ha ido decayendo al ritmo de los propios cambios y del anquilosamiento de las estructuras de los partidos políticos y de los continuos casos de corrupción. La reacción de los partidos hegemónicos del nuevo “turno” ante este detraimiento, no ha sido durante este periodo una regeneración y actualización de la propia ideología para recuperar la confianza, antes al contrario, empezaron a practicar la táctica del “y tú más” y han terminado por acomodar su acción política al dictado de las encuestas y de la opinión pública; se han convertido en partidos acaparadores de votos (crash old party), en los que las diferencias de programas son cada vez menos apreciables y en los que las voces críticas internas han sido condenadas por los aparatos a un sistemático ostracismo.
A partir de un poder judicial “domesticado” que ampara y garantiza la legalidad de las decisiones del partido del turno, el principal instrumento para la conformación de la nueva oligarquía ha sido y es la falta de una clara y precisa legislación de la administración pública: sus competencias, sus escalas, sus criterios de promoción y sobre todas ellas la forma de acceso a la función pública. El acceso a la función pública controlado por los partidos, especialmente en la administración local, ha sido y es una de las causas principales del desprestigio de la política y de los políticos, ya que la gente no acude a la política, en la mayoría de las ocasiones, con vocación de servicio, acude a la búsqueda de un interés personal, alentados por el reclamo de unos partidos cada vez más menguados de militancia.  
A pesar de que el estatuto básico del empleado público establece el derecho de todos los ciudadanos al acceso a la función pública de acuerdo con los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad, en la práctica resulta cada vez más evidente que dichos principios no son siempre de aplicación y no es inhabitual asistir a denuncias de enchufismo.
Cuando la política se ha convertido para algunos en una profesión exclusiva y excluyente, el miedo a perder el poder termina por corromper las reglas del juego democrático y a gran parte de sus protagonistas. Esta corrupción es la que hay que atajar para empezar a recuperar la confianza en la política y en los partidos. El camino de la regeneración comienza por limitar la capacidad de influir de los partidos en la estructura misma de la administración; es necesario crear realmente una verdadera carrera administrativa al margen de las decisiones partidistas; una administración que actúe, como establece la propia Constitución, de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al derecho.
La regeneración democrática que devuelva la confianza en nuestro sistema político pasa por profesionalizar la administración y por apartar de ella a tantos y tantos advenedizos que saltan de cargo en cargo sin importar  la especialidad ni la responsabilidad del puesto, aupados por los aparatos de la partitocracia. Hasta que en este país un auxiliar no tenga garantizado el derecho y la seguridad de poder llegar mediante sus méritos y su formación hasta director general, no habremos empezado a recorrer el camino.
            Manuel Visglerio Romero – Febrero 2013

domingo, 24 de febrero de 2013

DE LO LEGAL Y LO JUSTO



Dicen que el refranero es sabio aunque a veces resulta contradictorio pues ofrece para muchas sentencias una afirmación y su contraria. En una de ellas asegura el refranero que ”La caridad bien entendida empieza por uno mismo”. Puede que haya un argumento contrapuesto, pero en los tiempos que corren, éste está de completa actualidad, aunque desgraciadamente la mayoría lo proclama sólo cuando necesita la solidaridad, no cuando tiene que practicarla. Viene esta reflexión a cuenta de los continuos cierres y amenazas de cierre de empresas viables, que al amparo de la reforma laboral y bajo el pretexto de la crisis, venimos padeciendo en nuestra tierra.
Los andalucistas emprendimos hace pocos días una campaña de concienciación para invitar a los andaluces a boicotear a aquellas empresas que, a pesar de ser viables y presentar beneficios, intimidan a la sociedad con cierres y despidos. Y digo bien cuando hablo de sociedad, porque a pesar de que algunos no quieran verlo por pura ceguera ideológica, cada vez que se cierra una fábrica o una empresa y despiden a sus trabajadores, todos perdemos un poco. Viene bien al caso el conocido poema de Martin Niemöller, acerca de las consecuencias de no hacer frente a las tiranías, que acaba con los versos “Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar”.
Y es que una sociedad que permanece impasible ante las desgracias ajenas es una sociedad enferma. Una sociedad que no reacciona ante unas cifras de paro alarmante, que no responde ante unos recortes crueles, especialmente para las personas dependientes; una sociedad que no se rebela cuando cada día son más las familias que acuden a los bancos de alimentos para poder subsistir, corre el peligro de perder el tren de su propia historia. 
Si los andaluces no somos capaces de gritar al sistema que no queremos leyes injustas, como la ley hipotecaria que beneficia a los bancos y perjudica a los compradores condenándolos irremisiblemente a los desahucios, o como la legislación laboral que favorece a las multinacionales y damnifica a los trabajadores, bajo el principio deshumanizador de la competitividad y el beneficio, seguiremos sin ser dueños de nuestro futuro y seguirán siendo otros los que marquen el futuro de nuestras vidas.
Y los que se rasgan las vestiduras cuando alguien levanta su voz para denunciar las injusticias y justifican lo injustificable con una retórica vacía, debieran, aunque sólo fuera por un instante, mirar por el mismo prisma que miran los afectados. Imaginar a su propio padre condenado al paro porque una empresa viable ha decidido marcharse; suponer a una hija propia condenada al desahucio mientras con sus propios impuestos se sostiene a los bancos; comprobar cómo un hermano tiene que irse de su barrio y de su tierra para buscarse la vida. Si así lo hicieran, a lo mejor llegarían a nuestro mismo convencimiento: a veces lo legal no es justo. Y por eso, a veces, para hacer justicia tenemos que transgredir alguna norma, porque la caridad bien entendida, y por supuesto la justicia y la solidaridad, empiezan por uno mismo.
Manuel Visglerio Romero 22.02.2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

INVIERNO


      Marismas ha amanecido triste y desapacible; la envuelve una suave niebla como si estuviera cubierta por un tenue sudario. Todo, hasta donde alcanza la vista, es de un color blanco gélido y marmóreo. Tras la bruma la mirada se desenfoca y desdibuja las formas; las casas sólo se intuyen por los desconchados de las paredes encaladas o por los tenues barrotes de las rejas y balcones.

         Las ramas deshojadas de los árboles parecen lanzas mecidas por la brisa mañanera y hasta los paseantes que se atreven a caminar por las calles empapadas por la neblina se enturbian y se transforman en espectros. De los aleros prenden congeladas por el frío las gotas condensadas en los canalones de las tejas, mientras en los charcos, el agua turbia se defiende del frío con una coraza de escarcha.

         En las casas el relente se cuela por las rendijas de las puertas, por los pliegues de las sábanas, por las costuras de las ropas y se fija a la cal haciendo brillar las paredes como si sudaran de frío. Los cuerpos se agarrotan y se encorvan calados por la humedad hasta los huesos y todos los moradores del vecindario, como en un rito sagrado, se defienden del frío sentados alrededor de la camilla donde las ascuas del brasero, refulgen  como un volcán en miniatura. 
           Es invierno, los días son largos y monótonos  pero pronto llegará la primavera.

           Manuel Visglerio Romero - Febrero 2013