Los que vivimos en el limbo, llevamos una vida un poco
monótona. Y no me refiero a estar en la inopia. Me refiero al lugar en el que
permanecen las almas después de la muerte, sin ningún motivo y por un tiempo
indefinido. Este es mi caso. Yo dejé de existir para la vida mortal en una
fecha y por una causa que no vienen a cuento. Desde entonces estoy aquí y no sé
exactamente cuánto tiempo hace de mi llegada. El motivo también lo desconozco.
Supongo que esta incertidumbre forma parte de mi condena, aunque esto es lo más
llevadero. Lo que peor llevo como alma en pena, es la soledad, y sobre todo las
pruebas. Si tú hace poco que has llegado aquí y estás leyendo esto, pronto te
darás cuenta del suplicio de las pruebas. Comprobarás cómo de vez en cuando
aparece una luz muy agradable que te hace entrar en un estado placentero y cuando
empiezas a sentir algo que comienzas a creer que es de un rango casi celestial,
la luz desaparece y te quedas con un palmo de las narices que no tienes, porque
como ya dije antes, ya no tienes un cuerpo mortal. Supongo que alguien pretende
comprobar con esta prueba cómo reacciona el alma pecadora a las variaciones de
la luz divina.
De todas las pruebas, las más mortificantes, entre
comillas, son las encarnaciones temporales. No alcanzo a comprender su sentido.
No sé si con ellas me están poniendo a prueba para saltar a otra dimensión, ni
sé que esperan de mí cuando me materializan. No sé si quieren que asuste a algún
crédulo o que le abra los ojos a algún incrédulo; entre otras razones porque no
sé si me ven, o siquiera si me oyen cuando les hablo. Lo cierto es que a veces
me desconcierta aparecer de pronto, por
ejemplo, en medio de una manifestación en protesta por la subida del precio de
los piensos para la cabaña porcina, y no saber que se espera de mí. Cuando
además he llegado a la conclusión de que en estos lugares paso completamente
desapercibido, al igual que en las concentraciones, los partidos de fútbol, los
conciertos y en general en cualquier espectáculo de masas; sobre todo si son
con luz diurna, en cuyo caso parece que el ectoplasma se transparenta.
Sólo he tenido una experiencia terrenal o así me lo pareció,
y de acuerdo con lo que he dicho antes, sucedió en un lugar propicio. Un sitio
poco iluminado, silencioso y poco concurrido. Ocurrió mientras paseaba
materializado por los pasillos de un museo, flanqueado a ambos lados por una
hilera de enormes retratos. Observé al final de la galería, en un ensanche,
cómo un hombre de mediana edad se sentaba en uno de esos bancos modernos
redondos, más propios de un aeropuerto que de un museo, salvo el museo de la
formica, claro está. Me acerqué con determinación y me situé justo delante de
él. Me di cuenta de que me veía porque dejó de mirar al frente y dirigió la
mirada hacia mis zapatos, y a continuación la fue alzando hasta llegar a mi
cara. Cuando nuestros rostros quedaron observándose frente a frente, le pregunté:
-
¿Cree
usted en los fantasmas?
Mostró una leve sonrisa, y respondió:
-
¡Cómo
no voy a creer!
Antes de que pudiera preguntar nada más me hicieron
desaparecer de su vista. Y desde entonces, ya no sé si los mortales pueden ver
y hablar con fantasmas, porque no sé si aquel personaje del museo era o no era
realmente un fantasma. Sólo resta que tú continúes la investigación, porque si
has podido leer esta carta ectoplasmática, será una señal indudable de que tú
ya te encuentras en el limbo.
Manuel Visglerio Romero - Octubre 2010