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domingo, 24 de febrero de 2013

DE LO LEGAL Y LO JUSTO



Dicen que el refranero es sabio aunque a veces resulta contradictorio pues ofrece para muchas sentencias una afirmación y su contraria. En una de ellas asegura el refranero que ”La caridad bien entendida empieza por uno mismo”. Puede que haya un argumento contrapuesto, pero en los tiempos que corren, éste está de completa actualidad, aunque desgraciadamente la mayoría lo proclama sólo cuando necesita la solidaridad, no cuando tiene que practicarla. Viene esta reflexión a cuenta de los continuos cierres y amenazas de cierre de empresas viables, que al amparo de la reforma laboral y bajo el pretexto de la crisis, venimos padeciendo en nuestra tierra.
Los andalucistas emprendimos hace pocos días una campaña de concienciación para invitar a los andaluces a boicotear a aquellas empresas que, a pesar de ser viables y presentar beneficios, intimidan a la sociedad con cierres y despidos. Y digo bien cuando hablo de sociedad, porque a pesar de que algunos no quieran verlo por pura ceguera ideológica, cada vez que se cierra una fábrica o una empresa y despiden a sus trabajadores, todos perdemos un poco. Viene bien al caso el conocido poema de Martin Niemöller, acerca de las consecuencias de no hacer frente a las tiranías, que acaba con los versos “Cuando vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar”.
Y es que una sociedad que permanece impasible ante las desgracias ajenas es una sociedad enferma. Una sociedad que no reacciona ante unas cifras de paro alarmante, que no responde ante unos recortes crueles, especialmente para las personas dependientes; una sociedad que no se rebela cuando cada día son más las familias que acuden a los bancos de alimentos para poder subsistir, corre el peligro de perder el tren de su propia historia. 
Si los andaluces no somos capaces de gritar al sistema que no queremos leyes injustas, como la ley hipotecaria que beneficia a los bancos y perjudica a los compradores condenándolos irremisiblemente a los desahucios, o como la legislación laboral que favorece a las multinacionales y damnifica a los trabajadores, bajo el principio deshumanizador de la competitividad y el beneficio, seguiremos sin ser dueños de nuestro futuro y seguirán siendo otros los que marquen el futuro de nuestras vidas.
Y los que se rasgan las vestiduras cuando alguien levanta su voz para denunciar las injusticias y justifican lo injustificable con una retórica vacía, debieran, aunque sólo fuera por un instante, mirar por el mismo prisma que miran los afectados. Imaginar a su propio padre condenado al paro porque una empresa viable ha decidido marcharse; suponer a una hija propia condenada al desahucio mientras con sus propios impuestos se sostiene a los bancos; comprobar cómo un hermano tiene que irse de su barrio y de su tierra para buscarse la vida. Si así lo hicieran, a lo mejor llegarían a nuestro mismo convencimiento: a veces lo legal no es justo. Y por eso, a veces, para hacer justicia tenemos que transgredir alguna norma, porque la caridad bien entendida, y por supuesto la justicia y la solidaridad, empiezan por uno mismo.
Manuel Visglerio Romero 22.02.2013

miércoles, 6 de febrero de 2013

INVIERNO


      Marismas ha amanecido triste y desapacible; la envuelve una suave niebla como si estuviera cubierta por un tenue sudario. Todo, hasta donde alcanza la vista, es de un color blanco gélido y marmóreo. Tras la bruma la mirada se desenfoca y desdibuja las formas; las casas sólo se intuyen por los desconchados de las paredes encaladas o por los tenues barrotes de las rejas y balcones.

         Las ramas deshojadas de los árboles parecen lanzas mecidas por la brisa mañanera y hasta los paseantes que se atreven a caminar por las calles empapadas por la neblina se enturbian y se transforman en espectros. De los aleros prenden congeladas por el frío las gotas condensadas en los canalones de las tejas, mientras en los charcos, el agua turbia se defiende del frío con una coraza de escarcha.

         En las casas el relente se cuela por las rendijas de las puertas, por los pliegues de las sábanas, por las costuras de las ropas y se fija a la cal haciendo brillar las paredes como si sudaran de frío. Los cuerpos se agarrotan y se encorvan calados por la humedad hasta los huesos y todos los moradores del vecindario, como en un rito sagrado, se defienden del frío sentados alrededor de la camilla donde las ascuas del brasero, refulgen  como un volcán en miniatura. 
           Es invierno, los días son largos y monótonos  pero pronto llegará la primavera.

           Manuel Visglerio Romero - Febrero 2013