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jueves, 23 de enero de 2014

EN DEFENSA DE LA POLITICA

             El desprecio de la política es algo que, en estos tiempos que corren, está muy en boga. Es frecuente oír comentarios en la calle sobre la política y los políticos; sentencias sobre la catadura moral de todos ellos, a los que algunos, sin cortapisas, estarían dispuestos a mandarlos a picar piedras a una cantera. Incluso en las redes sociales es frecuente observar comentarios y viñetas mofándose de la clase política. En muchos casos, desgraciadamente, con argumentos de peso, y en otros muchos casos con testimonios demagógicos dados por ciertos sin ningún tipo de constatación. Con razón, o sin ella, criticar a la política está de moda en las redes y está de moda en la calle.

          El desprestigio es tan clamoroso y tan unánime que hasta las encuestas del CIS se hacen eco de este sentimiento de desapego a todos los gestores de lo público, salvo a los agentes de la autoridad que curiosamente son de los más apreciados. Supongo que el desarrollo de estas simpatías tiene una relación directa con el desarrollo de la economía y fluctúa según los ciclos económicos.

              Cuando la economía va bien y está en su ciclo alto, los políticos pasan desapercibidos y casi da igual lo que hagan; a la policía, entonces, se la menosprecia porque coarta la libertad que nos ofrece una cartera desahogada. Pero cuando el ciclo es bajo o incluso muy bajo como en la crisis actual, los políticos son el foco de todas las iras porque le quitan a la gente lo poco que tienen. Los guardias, por el contrario, son el foco de todos los halagos porque son los que aseguran lo poco que les queda.

     Pero si a la situación económica sumamos los continuos casos de corrupción, necesitaremos que pasen muchos años para recuperar la confianza en la política. Sobre todo porque no se trata de casos de corrupción aislados y a pequeña escala, han alcanzando incluso a las más altas esferas del sistema del estado y de los partidos. Y en este caso, de acuerdo con Cicerón (‘corruptio optimi pessima est’), ‘la corrupción de los mejores es la peor de todas’, será especialmente difícil recuperar la confianza perdida.

         Nos queda, a los que creemos en la política, convencer a todo el que nos oiga que la política es parte de nuestras vidas; que somos por naturaleza, como decía Aristóteles, animales políticos; que nuestra salud depende de una decisión política; que la educación de nuestros hijos y el bienestar de nuestros mayores dependen de un acuerdo político; que la calidad del aire que respiramos, del agua que bebemos y del paisaje que admiramos dependen, cada vez más, de una decisión política. 

          Por eso tenemos que llevar a la práctica entre todos lo que Antonio Machado, a través de Juan de Mairena, le decía a los alumnos: ‘vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros’. Y tenemos entre todos que desterrar con nuestro voto a los malos políticos y elegir a los mejores, porque a pesar de todo, como dijo Winston Churchill, ‘la democracia es el menos malo de los sistemas políticos’.

            Manuel Visglerio Romero - Agosto 2013.

  

EL SINDROME DE ESTOCOLMO

                El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica que sufren personas que han padecido un secuestro. Consiste en desarrollar hacia los captores un vínculo afectivo. La victima agradece como un acto humanitario de los secuestradores el hecho de no sufrir violencia física, pasando por alto la violencia psicológica hasta el extremo de terminar tomando parte por ellos en lugar de valorar el trabajo policial.

            Algo de eso empieza a pasar en España a cuenta de la situación económica. Me explicaré: empiezan ya a lanzarse, por parte del gobierno, mensajes que anuncian la recuperación económica. Algo parecido a lo que intentó Zapatero por boca de Elena Salgado, ambos de infausto recuerdo, cuando anunciaron los, entonces tan cacareados “brotes verdes”, después de haber negado, una y mil veces, la existencia de la crisis. Pretendieron convencernos a todos de que su política económica empezaba a dar resultado, algo que para nuestra desgracia no ocurrió, entre otras razones porque las supuestas medidas “keynesianas” de fomento de la actividad económica mediante inversiones públicas no dieron resultado. Y digo supuestas medidas, porque de acuerdo con muchos analistas el problema de las políticas de Zapatero adolecieron precisamente de lo que precisamente pretendían lograr; fueron medidas populistas antes que medidas “keynesianas”.

         El Plan E, con ingentes inversiones públicas improductivas, la deducción casi generalizada de los 400 euros para fomentar el consumo, el cheque bebé de 2.500 euros entregado de forma indiscriminada tanto a ricos como a pobres, y otras medidas fomentadas por el PSOE, como la creación del FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria) para inyectar dinero al sistema financiero y salvar a la banca, solo sirvieron para descapitalizar al estado, y por ende condenar a las empresas y a las familias a una restricción total del crédito. La última jugada del lumbreras de Zapatero fue pactar con el PP la modificación del artículo 135 de la Constitución que nos obliga, desde entonces, a dar prioridad absoluta al pago de la deuda y a la estabilidad presupuestaria a toda costa.


               La llegada del PP al poder, ha traído una nueva política económica, en cierta forma continuista con la anterior, ya que se ha dedicado a aplicar a rajatabla la reforma constitucional. El principio de estabilidad presupuestaria aplicado sin piedad por el gobierno de Rajoy es la terapia neoliberal para salir de la crisis. Es la teoría económica propia de los gobiernos conservadores europeos capitaneados por la canciller Ángela Merkel. Todo lo reducen al largo plazo; tomar medidas contundentes ahora para que a la larga todo se resuelva. Es como si incendiáramos el monte para eliminar una mala hierba. Es cierto que al final, a poco que llueva, aparecerán los brotes verdes, ¿pero a costa de qué? ¿a costa del sufrimiento de cuántos? 

                Lo sangrante de todo esto es que algunos empiezan ya a ver la botella medio llena, cuando realmente está prácticamente vacía. Esperemos que sean pocos los que, cuando llegue el momento, padezcan el síndrome de Estocolmo. Porque sería muy triste que cuando esto empiece a mejorar, después de que hayan arrasado con casi todo, la gente se olvide del paro, de los desahucios, de los recortes en las pensiones, en la sanidad, en la dependencia o en la educación. Sería triste que los que han cargado con el peso de la crisis, mientras unos y otros salvaban a la banca, terminen tomando partido por los que han tenido secuestradas sus esperanzas y sus ilusiones.

                 Manuel Visglerio Romero - Octubre 2013