A finales del siglo XIX, Blas
Infante, estudió el bachillerato en el internado de los escolapios de
Archidona. Allí tuvo Infante, a los once años, la visión sombría de los
jornaleros a los que veía pasear su hambre, cada día, camino de «la puerta
de la guiropa», un portón en el que hacían cola y por el que los escolapios
repartían un guisote hecho de sobras. Desde
las ventanas del internado, entre los pedigüeños, reconocía Infante a los
padres y abuelos de varios de sus mejores amigos de clase.
Han pasado más de cien años de
aquella escena y quién nos iba a decir que después de tantos años íbamos a
volver a ver «la olla de los pobres» en los colegios de nuestra Andalucía y de la mano de un gobierno de
izquierdas. Es verdad que ya no será una olla, ni será por la caridad de unos
religiosos, será por el decreto de unos políticos que camuflan su ineptitud
tras un papel timbrado.
Que Andalucía, después
de treinta años de autogobierno y de dos «modernizaciones», con una renta per cápita cercana a los 18.000
euros y con el tercer PIB de España, tenga que abrir los comedores escolares y
las unidades de día para dar de comer a niños y mayores con peligro de
exclusión social, sólo demuestra el poco respeto que el gobierno andaluz le
tiene a los andaluces. En pleno siglo XXI es inadmisible que un gobierno que
maneja más de treinta mil millones de euros y que se declara de izquierdas, no
haya establecido una Renta Social Básica para las familias con riesgo de
exclusión. Una Renta Social que permita a los andaluces no tener que mendigar
la comida de sus hijos ni de sus padres.
¿No recuerdan más de
uno y más de dos aquello de «en mi hambre mando yo»?. Acaso los
excluidos por la crisis no tienen derecho a su dignidad. No podemos hacer
repetir a un alumno pobre porque se traumatizaría, y sí pueden, desde el
gobierno andaluz, estigmatizarlo con un desayuno o una merienda que los delata
y los excluye socialmente. El pueblo andaluz y el pueblo andaluz que sufre y
que padece merece otro trato. Los andaluces no necesitan la caridad de sus
políticos, y menos una caridad proclamada en titulares de prensa. El pueblo
andaluz no se merece tener un gobierno que se dedica, por un espurio interés
político, a hacerle la competencia a los Bancos de Alimentos y a las ONGS, que
de forma altruista y desinteresada llevan años ayudando a cientos de familias de
forma anónima y callada.
Decía Blas Infante,
durante la república, que «el hambre, la terrible hambre jornalera, es más
amarga siendo republicana que monárquica, porque además de ser hambre de pan es
hambre de esperanzas defraudadas por la república», después de casi un
siglo, algunos debieran releer al padre de la patria andaluza, creerse nuestro
estatuto y no defraudar las esperanzas que muchos pusieron en él para cambiar
el signo de nuestra historia.
Manuel Visglerio Romero - Abril 2013