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viernes, 24 de febrero de 2012

MARUJAS FOR EVER


      Habían quedado las tres en la cafetería de el Corte Inglés de la Plaza del Duque para ir de compras porque a Isabel y a Carmen, que trabajaban en Torre Triana, les convenía dejar el coche en el aparcamiento de los grandes almacenes y salir después de allí hacía el pueblo, sin tener que volver a la Consejería. Lola no había puesto inconveniente en el lugar del encuentro porque ella daba clases en el Instituto Velázquez que estaba muy cerca de la cafetería.
      Hacía casi un mes que no se veían, por eso cuando Lola traspasó el vano de la puerta de la cafetería, las dos amigas, que llevaban un buen rato sentadas esperándola, comenzaron a hacer aspavientos para llamar su atención y se incorporaron de las sillas para recibirla entre abrazos y roces de mejillas:
      - ¡Ay, perdonadme el retraso, pero es que tenía un examen y no he podido salir antes!
      - ¡No te preocupes Lola porque acabamos de llegar hace cinco minutos! – la tranquilizó Isabel, al tiempo que le daba un repaso de arriba abajo mientras se besaba con Carmen.
      - ¡De cinco minutos nada, querida, que llevamos ya aquí casi veinte minutos y el camarero ha venido ya dos veces! – rectificó Carmen a Isabel, mientras examinaba también con la mirada el trasero de la recién llegada, al quedar detrás del abrazo de sus dos amigas.
      Lola soltó el bolso y el abrigo en la misma silla donde estaban los de sus compañeras y se sentó a la mesa entre ambas. Casi al instante de acomodarse se acercó a la mesa un camarero, tan de improviso, que las tres se sobresaltaron. Parecía que había estado al acecho esperando impaciente que acabara la escena del recibimiento. Era un hombre joven con apenas veinticinco años. El uniforme de pantalón negro y chaquetilla verde con solapas blancas le daba un aspecto aún más juvenil..
      - ¡Buenas tardes! ¿Qué van a tomar las señoras? – interrogó el camarero con el bolígrafo en posición sobre el bloc de notas.
      - Yo quiero una ensalada mixta y una Coca-cola Zero. Si no tienen Coca-cola Zero, me pone una Coca-cola Light y si no, agua – pidió Isabel con determinación sin ni siquiera consultar la carta que tenía sobre la mesa.
      - A mí me va a poner dos rodajas de merluza a la plancha y agua también – eligió Carmen al tiempo que se giraba hacia Lola para verla pedir su plato.
      - Pues yo prefiero el menú número seis con una cerveza de las grandes – dijo Lola.
      - ¿Con ensalada o con patatas fritas quiere la señora las chuletas y los huevos? – preguntó el camarero.
      - ¡Con patatas, con patatas! – eligió Lola sin dudar un instante.
Isabel y Carmen intercambiaron una mirada cómplice. Carmen pensó:
      - ¡Y después dirá que no tiene el culo gordo!
      El camarero recogió las cartas y cuando apenas se había dado la vuelta para dirigirse a la barra a pedir la comanda, Lola agachando el torso sobre la mesa le dijo en voz baja a las amigas:
      - Queridas, yo sé que estoy muy gorda pero no me resisto – dijo Lola con cara de resignación-. ¡Ya estoy harta de las dietas y de comer tanta hierba! – dijo Lola con cara de resignación.
      - Lola, hija, tú gorda gorda, lo que se dice gorda no estás, estas llenita – quiso conformarla Isabel hipócritamente porque en el fondo no era lo que pensaba -  ¡Gorda estoy yo! Y mira que nada más que como ensaladas! Yo me tomo el plato que te vas a comer tú y me tenéis que ingresar.
      - ¡No exageres Isabel! – le rectificó Carmen.
      En ese momento interrumpió el camarero la animada charla gastronómica para servir el pan y colocar los cubiertos al tiempo que se dirigía a Isabel.
      - Señora, la Coca-cola que tenemos es normal. ¿Quieren el agua con gas o sin gas?
      - ¡Con gas no hijo, que vamos a salir volando! –le recriminó Carmen que esperó a que volviera a la barra para decir con retranca a las amigas:
      - ¡Señora, señora, señora…, coño, que todavía no ha cumplido una los cuarenta!
      - ¡Sí hija, sí! Tú sí has cumplido ya los cuarenta. Nosotras no – dijo Isabel.
      - ¡De eso nada! – porfió Carmen.
      - ¡Carmen hija, que tú eras repetidora cuando entramos nosotras dos en el instituto! ¿O ya no te acuerdas? – le largó Lola sin miramientos.
      - ¡Bueno vale! Pero eso no es motivo para que los niñatos estos la traten a una como una vieja.
      - En eso estamos de acuerdo, Carmen… – dijo Lola, que se calló de golpe porque el camarero se acercaba con las bebidas.
      - ¿La señora quiere la carne en su punto? –preguntó el barman a Lola.
      - La señora quiere la carne con arreglo a su edad, es decir: ¡tierna y en su punto, jo-ven-ci-to! – le espetó a la cara arrastrando las sílabas, mientras el joven camarero se sonrojaba camino de la barra.
      - ¡Lola hija, no seas tan borde que el chaval hace su trabajo! – le dijo Isabel. Además, a partir de ahora es lo que nos queda. ¡El otro día me pasó lo mismo con el tutor de Elenita, un profesor jovencito monísimo!
      - Guapo el suplente que ha llegado esta mañana al Velázquez para suplir al de informática, eso sí que es un hombre guapo y no mi marido –le refutó Lola mientras Carmen se llevaba las manos a las sienes y las llamaba al orden.
      - ¡Callaros ya, por favor, que parecéis dos Marujas!
      - ¡Maruja es lo que yo quisiera ser y no haber estudiado una carrera! – dijo Lola. Porque, a ver, ¿para qué me ha servido a mí estudiar? Para estar hecha una esclava. ¡Que me rio yo de la liberación de la mujer!
      - ¡Hombre Lola – le recriminó Carmen-, no digas esas barbaridades donde te oigan, que tu marido es un alto cargo de la Consejería de Igualdad!, y además porque no tienes razón. Las mujeres estamos ahora como nunca hemos estado. Yo he estudiado dos carreras y no me arrepiento de nada.
      - ¡Coño Carmen – contraatacó Lola mientras el camarero se acercaba a la mesa-, parece que no conoces a Paco! Mucha Consejería y mucha igualdad, y mucho día de la mujer trabajadora, pero en mi casa no hace ni el huevo. ¡Como tu marido y como el de esta! ¿O me vas a decir que Luis se desvive en tu casa?
      El camarero se acercó a la mesa con los servicios y las tres se quedaron observándolo hasta que terminó de colocar el último plato, cuando se marchó Carmen con los cubiertos en las manos como si fuese a iniciar un combate señaló a Lola con la punta del cuchillo y le dijo:
      - ¡En lo de los maridos tienes razón, Lola! Y no te la voy a quitar, es verdad que muchas conquistas de la mujer han sido posibles a pesar de los hombres. Pero las cosas han cambiado mucho. Los avances nos han ayudado a disponer de más tiempo para nosotras. Y desde luego tenemos una libertad que no tuvieron nuestras madres. ¡Nosotras nos hemos liberado!
      - ¿Liberadas? –cuestionó Isabel a Carmen. ¡Pues vaya liberación trabajar en casa y trabajar fuera!
      - ¡Los avances sólo han servido para que trabajemos más! – sentenció Lola. ¿A ver para que nos han inventado los hombres la lavadora, la secadora, la vitro, el microondas y el centro de planchado? ¡Para que trabajemos más que nuestras madres y encima no les demos la tabarra! ¿Tú sabes lo que hizo Paco cuando  le dije la primera vez que por lo menos me ayudara a fregar los platos?, me compró el lavavajillas. Cuando nació la niña y le pedí que tendiera porque no daba abasto con tantos lavados, me compró la secadora y una lavadora de siete kilos. Y así una tras otra hasta que al final contratamos a una mujer, con lo cual soy una esclava a tiempo parcial y él tiene la conciencia tranquila.
      - ¡Lola, creo que estás simplificando las cosas! Yo no digo que no tengas razón en lo de la casa, pero hay muchas otras cosas que han cambiado para mejor. Y por cierto, hablando de cambiar, el sábado por la tarde me voy de vacaciones a Asturias – dijo Carmen para zanjar el tema.
      - ¡Qué suerte hija, nosotros nos vamos en la segunda quincena de agosto! – se lamentó Isabel.
      - Si quieres quedamos el sábado por la mañana y desayunamos juntas –propuso Lola.
      - ¡Uy, con la de cosas que tengo que hacer! – dijo quejosamente Carmen.
      - ¿Tanto tardas en hacer las maletas que no te puedes tomar ni un cafelito, Carmen? – preguntó Isabel.
      - Es que no son solo las maletas, tengo que dejar recogida la cocina y cambiarle las sábanas a todas las camas – alegó Carmen.
      - ¡Y después dices que no eres una maruja! Si vas a estar un mes fuera deja las colchas puestas y cuando vuelvas haces las camas, que ya es una gana trabajar el doble porque cuando vuelvas tendrán polvo y seguro que las haces de nuevo  – le recomendó Lola.
      - Bueno dejaros de sábanas, que se nos va la tarde. ¡La cuenta, por favor! – le pidió Isabel al camarero que en el aquel momento pasaba junto a la mesa.

********

      El sábado por la mañana Isabel y Lola entraron en la cafetería del barrio. Isabel se pidió media tostada con aceite de pan integral, café con leche desnatada y sacarina; Lola café con leche y una entera con aceite y carne mechada. Mientras se dirigían hacia el velador sonó un tono de mensaje de teléfono móvil. Lola tardó varios segundos en encontrarlo en el maremágnum de su bolso. Cuando pulsó la tecla del buzón de entrada y abrió los mensajes, había uno de Carmen:

“Al final hice las camas. Dos carreras no pueden con una maruja”


Manuel Visglerio Romero - Marzo 2011

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