Con esta práctica y estas justificaciones hemos convivido
durante décadas hasta que la cosa se nos ha ido de la manos. Ya lo dice la
Biblia: ‘el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto’;
justificamos con nuestros votos las pequeñas corruptelas y al final hemos
acabado tragándonos las más grandes, algo preocupante porque como decía
Cicerón: ‘la corrupción de los mejores es la peor (corruptio optimi péssima
est)’, y aquí parece que no escarmentamos porque en lugar de castigar a los
propios, por muy altos que sean, seguimos aplaudiendo la táctica del ventilador
y al final terminará cumpliéndose el dicho de que cada pueblo tiene el gobierno
que se merece; en nuestro caso ninguno.
Yo no sé qué clase de regeneración necesita nuestra
democracia, ni sé de manos de quién podrá llegar, si de un gran pacto de estado
o de una revolución social incruenta; lo que sí tengo claro es que se tiene que
producir por el bien de todos. Y desde luego, lo que ya no vale es buscar guías
espirituales y salvadores fuera de la política; está claro que todo el mundo
tiene derecho a opinar y a decidir, pero cuando yo me tenga que operar, que
espero que no sea nunca, quiero que me opere un cirujano y no un arquitecto o
un taxista, ni tampoco un cantante, un actor, un director de cine o un
escritor, a los que algunos tienen equiparados, quizás llevados por la pasión o
la desesperanza, con un oráculo; gurús
de conciencias ajenas a las que, entre novela y novela, fotograma y fotograma, llevan
años dando lecciones de ética política, proclamando sus públicas virtudes
mientras escondían sus vicios privados.
Si para algo están sirviendo los papeles de Panamá es
para confirmarnos sobre algo que ya sabíamos: que vivimos en una sociedad
enferma y que esta enfermedad es una pandemia que cada día se anuncia en un
país diferente y afecta a gobernantes de países diversos con gobiernos
variopintos y a personajes carismáticos a los que no les basta con ganar demasiado.
Lo más grave de todo esto no es que se haya desvelado que hay muchos ricos que
están evadiendo dinero a paraísos fiscales, algo que ya presumíamos, sino que
algunos personajes del mundo de la cultura pertenecientes a un supuesto reducto
moral del país, de los que antes hablábamos, están demostrando ser tan chorizos
como otros muchos.
Cuando acabe esta historia creo que quedarán tres
caminos; uno será gritar ¡vivan las cadenas!, y hacer lo que proclamaba un
eslogan en el mayo del 68: ‘un millón de moscas no puede equivocarse; coma
usted mierda’; otro será dejarse llevar por la inacción y practicar la ataraxia
de Concha Velasco, a la que oí decir hace unos días que ‘de política no hablo…,
ya sólo veo Teletienda’.
El último camino, y creo que es el camino más deseable, será
dar una nueva oportunidad a la política, pero con responsabilidad de ciudadanos
y participando de forma consecuente. Siempre me gustó el consejo del Juan de
Mairena, de Machado, a sus alumnos: ‘vosotros
debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin
vosotros y, naturalmente, contra vosotros’. Y yo añado: ‘y con vuestra complicidad’ (12.4.2016).
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