Hay,
sin embargo, otra feria, que es la feria electoral, que sabemos cuándo empezó
pero no, para nuestra desgracia, cuándo va a acabar. Esta otra feria, está
demostrando tener casi todo lo que tienen todas las ferias; algo que no le
falta, desde luego, es su punto de vanidad y de “postureo”. En esta “Vanity
Fair” es importantísimo dejarse ver, vestir las mejores galas y aparentar;
sobre todo aparentar, aparentar mucho, porque en esto de la política siempre se
cumplirá la sentencia de Maquiavelo: “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo
que aparentamos”.
La
feria electoral, por tener tiene hasta su “calle del infierno”, una calle con
pocas atracciones atractivas porque casi todas ellas son tiovivos de distintos
colores donde los caballos de cartón-piedra no paran de dar vueltas para no ir
a ningún parte; una calle donde las tómbolas no venden papeletas porque la
gente ya está cansada de que siempre toquen “perritos pilotos” y “muñecas
chochonas”; una calle del infierno donde los charlatanes de feria subastan y
pregonan sus figuras de escayola como si fueran de porcelana fina y si los
incautos no se las compran por veinte euros, las venden por diez y si no las
“regalan” por cinco o por lo que quiera el personal.
Una
calle del infierno que por tener tiene hasta su circo; un circo con cuatro
carpas y el anuncio de una sucesión continua de actuaciones divertidas y
espectaculares; pero lo que realmente ofrece son funambulistas dando saltos
mortales sobre un cable a una cuarta del suelo a cambio de un puñado de votos,
malabaristas haciendo equilibrios imposibles con la derecha y con la izquierda,
domadores arriesgando sus vidas entre las fauces de unos leones desdentados o
patéticos payasos provocando más lágrimas que risas con parodias antiguas
pasadas de moda. Y para colmo de males los enanos están dejando de serlo porque
les está atacando un virus panameño que no les hace crecer la nariz cuando
mienten, como a Pinocho, sino que los está haciendo crecer de cuerpo entero.
Con
este panorama, no es extraño que la gente esté dejando de acudir al mayor
espectáculo del mundo, ni sorprende que el dueño del circo electoral esté
clamando por las calles por una copita de manzanilla, porque como dicen las
sevillanas: “El vino, qué tiene el vino, que alegra las penas mías” (20.4.2016).
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