Si un ladrón campa a sus anchas por
los barrios de una ciudad desvalijando los cuatro duros de las familias porque
no hay fuerzas de seguridad suficientes que patrullen las calles; si un río se
desborda porque se han paralizado las obras que tendrían que desviarlo del
casco urbano y provoca cuantiosos daños materiales; si un bosque arde de forma
descontrolada porque se ha reducido el personal de los retenes produciendo un
daño medioambiental irreparable; si un enfermo se muere en urgencias porque no
hay personal suficiente para atenderlo; si todo esto ocurre y nadie se siente
responsable de que esto ocurra, algo está funcionando mal en nuestro proclamado
estado del bienestar. Y el problema no es que funcione mal, el problema es que,
salvo a los afectados, a casi nadie le importa que estas cosas ocurran. Y
ocurren por una simple razón: porque lo público, en este país, no es de todos,
en este país lo público no es de nadie.
Si a alguien le roban sus ahorros
entrando por una ventana de su casa porque alguien ha decidido gastar en
festejos el dinero previsto para la seguridad ciudadana, ¿quién le devuelve al
ciudadano sus ahorros?
Si entre todos tenemos que pagar con
nuestros impuestos la limpieza de las casas anegadas por una riada que todo el
mundo sabía que se iban a anegar, porque alguien ha decidido gastar el dinero
del desvío del arroyo en sueldos astronómicos para mantener a cargos políticos
afines, innecesarios y prescindibles, ¿quién devolverá al erario el valor del
despropósito?
En tiempos de la televisión franquista
se emitía un anuncio cuando se acercaba el verano para concienciar sobre los
incendios forestales, ‘si el bosque se quema algo tuyo se quema’. Faltó tiempo
para el chiste fácil ‘si el bosque se quema algo suyo se quema, señor marqués’.
Desgraciadamente, todavía hay quien piensa que los bosques no son de nadie y se
creen con el derecho de prenderles fuego, lo lamentable es que alguien decida
gastarse el dinero de la prevención y de la extinción de incendios, en ayudar a
cerrar fábricas y a destruir empleos con dinero público, sin que nadie les pida
que costeen de su bolsillo la reforestación de nuestro montes por su dejadez e
ineptitud.
¿Quién le devolverá la vida a una
persona víctima de una atención médica insuficiente por falta de medios y de
personal porque alguien ha decidido gastar en subvenciones el dinero necesario
para la salud? Y cuando a la familia del finado tengamos que pagarle entre
todos una indemnización, ¿quién le reclamará al responsable del homicidio de
estado que pague de su bolsillo el dinero de todos?
Hasta que un alcalde inepto, un
consejero irresponsable o un presidente manirroto, no tengan que responder por
sus tropelías con su propio patrimonio, no conseguiremos limpiar la imagen de
tantos y tantos cargos públicos honestos y eficaces, que cada día pagan el pato
por la dejadez de unos pocos. Pero algo debe quedarnos claro, esta situación pudo
evitarse en su momento y puede evitarse ahora, está en nuestras manos. La
democracia se regenera de una forma muy fácil: votando a los honestos y botando
a los ineptos y a los corruptos.
Manuel Visglerio Romero - Abril 2013.
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