Marismas ha amanecido triste y
desapacible; la envuelve una suave niebla como si estuviera cubierta por un
tenue sudario. Todo, hasta donde alcanza la vista, es de un color blanco gélido
y marmóreo. Tras la bruma la mirada se desenfoca y desdibuja las formas; las
casas sólo se intuyen por los desconchados de las paredes encaladas o por los
tenues barrotes de las rejas y balcones.
Las
ramas deshojadas de los árboles parecen lanzas mecidas por la brisa mañanera y
hasta los paseantes que se atreven a caminar por las calles empapadas por la
neblina se enturbian y se transforman en espectros. De los aleros prenden
congeladas por el frío las gotas condensadas en los canalones de las tejas,
mientras en los charcos, el agua turbia se defiende del frío con una coraza de
escarcha.
En
las casas el relente se cuela por las rendijas de las puertas, por los pliegues
de las sábanas, por las costuras de las ropas y se fija a la cal haciendo
brillar las paredes como si sudaran de frío. Los cuerpos se agarrotan y se
encorvan calados por la humedad hasta los huesos y todos los moradores del
vecindario, como en un rito sagrado, se defienden del frío sentados alrededor de la
camilla donde las ascuas del brasero, refulgen
como un volcán en miniatura.
Es invierno, los días son largos y
monótonos pero pronto llegará la
primavera.
Manuel Visglerio Romero - Febrero 2013
Manuel Visglerio Romero - Febrero 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario