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viernes, 13 de abril de 2012

LAS PREOCUPACIONES DE UN FANTASMA



Los que vivimos en el limbo, llevamos una vida un poco monótona. Y no me refiero a estar en la inopia. Me refiero al lugar en el que permanecen las almas después de la muerte, sin ningún motivo y por un tiempo indefinido. Este es mi caso. Yo dejé de existir para la vida mortal en una fecha y por una causa que no vienen a cuento. Desde entonces estoy aquí y no sé exactamente cuánto tiempo hace de mi llegada. El motivo también lo desconozco. Supongo que esta incertidumbre forma parte de mi condena, aunque esto es lo más llevadero. Lo que peor llevo como alma en pena, es la soledad, y sobre todo las pruebas. Si tú hace poco que has llegado aquí y estás leyendo esto, pronto te darás cuenta del suplicio de las pruebas. Comprobarás cómo de vez en cuando aparece una luz muy agradable que te hace entrar en un estado placentero y cuando empiezas a sentir algo que comienzas a creer que es de un rango casi celestial, la luz desaparece y te quedas con un palmo de las narices que no tienes, porque como ya dije antes, ya no tienes un cuerpo mortal. Supongo que alguien pretende comprobar con esta prueba cómo reacciona el alma pecadora a las variaciones de la luz divina.

De todas las pruebas, las más mortificantes, entre comillas, son las encarnaciones temporales. No alcanzo a comprender su sentido. No sé si con ellas me están poniendo a prueba para saltar a otra dimensión, ni sé que esperan de mí cuando me materializan. No sé si quieren que asuste a algún crédulo o que le abra los ojos a algún incrédulo; entre otras razones porque no sé si me ven, o siquiera si me oyen cuando les hablo. Lo cierto es que a veces me  desconcierta aparecer de pronto, por ejemplo, en medio de una manifestación en protesta por la subida del precio de los piensos para la cabaña porcina, y no saber que se espera de mí. Cuando además he llegado a la conclusión de que en estos lugares paso completamente desapercibido, al igual que en las concentraciones, los partidos de fútbol, los conciertos y en general en cualquier espectáculo de masas; sobre todo si son con luz diurna, en cuyo caso parece que el ectoplasma se transparenta.

Sólo he tenido una experiencia terrenal o así me lo pareció, y de acuerdo con lo que he dicho antes, sucedió en un lugar propicio. Un sitio poco iluminado, silencioso y poco concurrido. Ocurrió mientras paseaba materializado por los pasillos de un museo, flanqueado a ambos lados por una hilera de enormes retratos. Observé al final de la galería, en un ensanche, cómo un hombre de mediana edad se sentaba en uno de esos bancos modernos redondos, más propios de un aeropuerto que de un museo, salvo el museo de la formica, claro está. Me acerqué con determinación y me situé justo delante de él. Me di cuenta de que me veía porque dejó de mirar al frente y dirigió la mirada hacia mis zapatos, y a continuación la fue alzando hasta llegar a mi cara. Cuando nuestros rostros quedaron observándose frente a frente, le pregunté:

-   ¿Cree usted en los fantasmas?
Mostró una leve sonrisa, y respondió:

-   ¡Cómo no voy a creer!
Antes de que pudiera preguntar nada más me hicieron desaparecer de su vista. Y desde entonces, ya no sé si los mortales pueden ver y hablar con fantasmas, porque no sé si aquel personaje del museo era o no era realmente un fantasma. Sólo resta que tú continúes la investigación, porque si has podido leer esta carta ectoplasmática, será una señal indudable de que tú ya te encuentras en el limbo.

 Manuel Visglerio Romero - Octubre 2010

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