Ayer llovió apenas una lágrima y la
lluvia ha maquillado de lunares blancos los cristales de las balconeras. Hizo
frío temprano y los geranios y las gitanillas de la baranda tienen las hojas mojadas
de rocío. El sol, muy de mañana, duele en los ojos cuando se refleja y te mira
desde los charcos o cuando se arrebata y reverbera sobre las paredes blancas de
las casas. Al derramarse sobre los arriates les pone la cara amarilla a los
jacintos, el rostro malva a los nardos y pinta de rojo bermellón los claveles
que cuelgan de las macetas. Las calles cobran vida. Ya no están solitarias las
mañanas. Con el alba los hombres salieron al campo a llevar la sementera que
dará la granazón en el verano. Ya no van encorvados por el peso del frio y del abrigo
porque llevan la vida y el sostén de su gente entre las manos. Van a sembrar de
esperanza los surcos de la tierra. Por los portales abiertos de las casas se
oyen risas y cantos y se escapan por el aire los olores de los guisos. Las jovencitas
ya no salen de las casas ocultándoles al frío los semblantes, sus miradas son
claras como el firmamento limpio y azul de la marisma. Y si temprano, con la
fresca, cubren sus cuerpos al relente, cuando llega la tarde el sol y la calor les
roba la cobertura y aparecen frescas y ligeras en el paseo, como las mariposas,
mientras los muchachos las siguen y las persiguen. Unos con elegancia y
galantería y otros enardecidos como animales llevados por la querencia. En el
paseo, hace ya algunos días, reventaron en blanco los naranjos, y uno tras
otro, imitando a los cielos, han llovido azahar sobre la acera. El efluvio
sutil y delicado de su aroma hace grato caminar bajo sus ramas. Las tardes son
hermosas y el paisaje es agradable y multicolor. Marismas está feliz. Es
primavera.
Manuel Visglerio Romero - Marzo 2.012
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