El
12 de abril de 1814, un grupo de sesenta y nueve diputados de un total de
doscientos veintitrés, suscribieron el conocido como Manifiesto de los Persas, un
documento en el que solicitaban a Fernando VII el regreso al Antiguo Régimen y
la derogación de la
Constitución de 1812. El 4 de mayo el rey decretó el
restablecimiento del absolutismo y el regreso a la España estamental. A la
iniciativa de los diputados se unieron los gritos de vivan las cadenas del
pueblo llano desesperado por la miseria y las hambrunas de la postguerra. El
pueblo famélico y enojado no entendía de leyes, ni de libertades, sus prisas no
eran las ideas si no el sustento. En esta situación, los nostálgicos encontraron
el caldo de cultivo adecuado para impedir la aplicación de todos los avances y
libertades recogidos en las Cortes de Cádiz que terminarían dando lugar a la Década Ominosa.
Salvando todas
las distancias que se quieran salvar, en los tiempos que corren empieza de
nuevo a repetirse la historia. Cada vez son más los que, aprovechándose de la
crisis económica y de la situación de desesperación en la que se encuentran un
número cada vez mayor de personas, pretenden sin el menor de los escrúpulos alterar el sistema político y las reglas del juego que nos dimos
todos con la aprobación de la
Constitución de 1978. Es fácil para algunos, dada la coyuntura actual,
utilizar los altavoces del poder o de la prensa afín para buscar un chivo
expiatorio al que endosar todos los males de una crisis a la que no saben dar
una solución. Unos, en función de sus intereses electorales, culpan a los
políticos, a todos los políticos; otros a los ayuntamientos; otros culpan a las
autonomías, esos culpan a Bruselas y aquellos culpan a la señora Merckel. Y en
esta espiral empieza a girar toda la sociedad a la que cada vez se le va
menguando su propia memoria histórica. En el caso de las autonomía que
algunos nostálgicos de la
España , una, grande y libre, pretendan involucionar de nuevo
a los Gobiernos Civiles y al “qué hay de lo mío” sobre las alfombras de los
ministerios en Madrid, tiene un pase; pero que gente joven que ha nacido en
democracia o que prácticamente han vivido toda su vida en democracia, empiecen
a cuestionarse el Estado Autonómico y se
dejen llevar por estos cantos de sirena anticuada, resulta alarmante y
anacrónico.
La memoria de
los andaluces no puede ni debe ser tan débil. Alguien tendrá que salir a
recordar a los andaluces como estaba Andalucía en la España preautonómica. Cómo
eran nuestros pueblos y nuestras ciudades; cómo eran nuestras escuelas; cómo
eran nuestros ambulatorios y nuestros hospitales; cómo eran nuestras
carreteras. Cuales eran entonces las coberturas sociales y sanitarias. Cómo era
nuestro ocio y nuestra cultura y quiénes podían acceder a ellos. Todos los logros
y las conquistas se los debemos, en primer lugar, a la democracia y en segundo
lugar a la Autonomía. A
la Autonomía
con mayúsculas, la que conquistó el Pueblo Andaluz en la calle exigiendo lo que
a otros se daba por “historia”, como si
Andalucía no tuviese ni derechos, ni historia.
Es verdad que la Autonomía , por sí, no ha
servido para modificar la situación de dependencia y atraso respecto a otras
Comunidades. Y es también cierto que se han cometido durante los treinta años
de ejercicio del autogobierno andaluz demasiadas tropelías por parte del
partido hegemónico, que ha utilizado la Institución , sálvese quién pueda, para crear un régimen clientelar y una
administración paralela reservada a sus familiares y afines del partido.
Siendo todo
esto cierto, y siendo todo esto grave, los Andaluces debemos defender nuestro
derecho a decidir, porque el mal ejercicio de un derecho, no puede anular el
derecho mismo. El problema no son las autonomías, el problema son los malos
políticos que gestionan mal las autonomías. Para solucionar este problema sólo
hay un instrumento: el voto. A nosotros corresponde decidir quienes nos
gobiernan. Y a nosotros nos corresponde con nuestro voto corregir nuestros
errores.
En España, en
este río revuelto de la crisis, para algunos el problema es el Estado de las
autonomías. Nuestro problema, después de más treinta años de democracia, son
los nuevos Persas, los separadores de siempre, los que todavía no han aceptado
que las autonomías no forman parte del estado porque son el Estado. Lo demás
son las cadenas.
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