Frasquito tenía el estómago
encurtido por los lingotazos de mosto peleón que llevaba años propinándose. Y
nunca mejor dicho lo de propinarse, porque Frasquito se sufragaba las
borracheras en la taberna del “Ligero”, con las cuatro propinas que sacaba
haciendo recados por el pueblo. Le acompañaba siempre un perrillo faldero que
apenas levantaba un palmo del suelo al que le había puesto el nombre de
“monstruo” para compensar su poco tamaño.
A
“Tijeritas”, el barbero, le traía todas las mañanas el agua fresca del pozo del
Barrio Dulce y le encendía el infernillo para calentarla antes de rapar a la
clientela. A Curro el “Puya”, el picador, le llevaba a primera hora, desde el
estanco, los cinco puros que se fumaba cada día fardando como un señorito en la
Maestranza; y a su hermana Dolores le iba a la tienda de Juan “Gramo” a recoger
los “mandaos” justo antes de que en el reloj de la Plaza dieran las doce, que
era la hora en la que Frasquito hacía su entrada en la taberna de Paco el
“Ligero”, con el mismo saludo de siempre:
-
¡A los buenos días y a los buenos mostos!
A
partir de ese momento Frasquito se sentaba en el mismo taburete de la misma
mesa de la taberna y empezaba a beber “medioslitros” hasta que se le calentaba
la boca; aunque cada vez bebía menos cañas de mosto porque cada vez necesitaba
menos cantidad de alcohol para arrancarse por bulerías, que era el momento
fatídico en el que Paco el “Ligero”, lo mandaba a su casa a dormir la mona.
Entonces el “monstruo” salía de la taberna y le servía de guía hasta que
entraba por las puertas de la casa de su hermana Dolores. Cuando el perrillo se
adelantaba más de la cuenta, porque Frasquito pegaba una “camballá”, le gritaba
desde lejos:
- ¡Monstruo, no huyas cobarde!
La rutina
etílica de Frasquito se alteró un mal día en que los mecenas de sus cogorzas
cayeron postrados a un tiempo en el lecho del dolor. Al “Puya” lo ingresaron
una tarde de domingo después de pegar un costalazo sobre el albero de la plaza
de Utrera, mientras pegaba un puyazo antológico a un miura negro zaino y
corniveleto, con la mala suerte, de que trastabillara el caballo y le cayera
encima dejándolo para el arrastre. El “Tijeritas” tuvo que cerrar la barbería
por una fiebre de malta que le insufló en el cuerpo un queso de cabra que trocó
a un buhonero por un corte de pelo. Por mor de la fiebre de malta del
mercachifle y la costalada del subalterno Frasquito se quedó sin cuartos y lo
poco que bebió, a partir de aquel día, lo hizo a costa de lo poco que le aviaba
su hermana Dolores.
Como la
convalecencia de los padrinos duró más de lo que Frasco hubiera deseado y la
asignación de la hermana alcanzó para poco, de cada tres lingotazos que Frasco se
daba en la taberna, dos terminaron siendo fiados. Y con esas de pagar una copa
y deber dos, a los pocos días se le acabó el crédito en la taberna de Paco.
Incluso en la tienda de Juan “Gramo” dejaron de darle los recados de Dolores,
el día en que se tragó de una sentada el vino de las comidas. A partir de
entonces, perdió la confianza de su hermana, y terminó vagando por las calles
de Marismas acompañado del perrillo y sumido en la desesperación de la
abstinencia. Hasta la noche que cruzó la puerta de la sacristía de la parroquia
cuando salió el sochantre. Camuflado en la oscuridad, con los reflejos de la
luna que entraban por las ventanas, consiguió llegar al armario del vino de la
consagración y como siguiendo la liturgia, Frasquito hizo en el aire con la
mano la señal de la cruz y con parsimonia y delectación se tragó sin respirar
el vino de la eucaristía. El medio litro de vino le atemperó el ánimo y le
despejó la mente en la que se le iluminó de repente la luz de una idea. Entró
en la iglesia, cruzó el presbiterio y se dirigió con diligencia al cepillo de
la Patrona; sacó la navaja y sin saber cómo, a las primeras de cambio,
consiguió abrir la cerradura. En el fondo de la cajita de madera apenas habría
diez monedas que Frasco puso a buen recaudo antes de dirigirse al reclinatorio
de los Urrutia que presidía la capilla principal. Se arrodilló y juntando las
manos empezó a rezar una plegaria a la Virgen. Cuando terminó levantó el
semblante y le dijo a la Patrona:
- Virgencita, gracias
por el vino. Lo del cepillo es un préstamo. Los padrenuestros son por la salud
del “Puya” y del “Tijeritas”; cuanto antes los cures antes te devolveré el
dinero. Amén.
Manuel Visglerio Romero - Junio 2012
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