La noche ha sido tórrida y espesa. No se
levantó la marea y los visillos no han podido mecerse con su brisa. Las paredes
han pasado la madrugada desprendiendo la soflama del sol en el ambiente.
Costaba respirar sobre los colchones tendidos en el suelo. Ni siquiera las
losas atemperaban el aire. Por los ventanales sólo ha entrado el canto agudo y
monocorde de los grillos. Los grillos son los dueños de la noche como las chicharras
son las dueñas de la siesta. Los dos cantan con un mismo canto monótono y estridente.
Ellas le chirrían al sol y ellos le grillan a la luna.
En
las noches de insomnio los hombres en el pueblo aparejan las bestias antes de
que cante el gallo. Hay que llegar a la tierra con las claras del día para robarle
al sol las calores de la canícula. Sobre las monturas los serones llevan a la
ida la talega con los avíos para el gazpacho, las cántaras de agua y las jaulas
vacías que vendrán repletas de frutas al regreso. Arropados por hojas de viñas
en las canastas, los damascos, las brevas, los melocotones, las ciruelas
blancas o los peros agrios, viajaran a la vuelta sobre los serones. Y cuando
llegue su tiempo saldrán las carretas a acarrear por los campos los tomates
pintones, los calabacines, las sandías rayadas y las uvas blancas y las uvas negras.
Y cuando el sol empiece a esconder su rostro abrasador sobre el horizonte, los
hombres, sobre los pescantes, enfilarán el camino hacia la casa con la
querencia de la ropa limpia y del agua fresca. Y mañana será otro día y sobre
las calles y sobre las casas volverá el calor, como cada día, porque en Marismas
es verano.
Manuel Visglerio Romero - Junio 2012.
Manuel Visglerio Romero - Junio 2012.
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