Los
personajes del submundo del hampa de la Sevilla del siglo XVI imaginados y
caricaturizados por Cervantes, constituidos en cofradía y reunidos en el patio
de la casa de Monipodio, jefe de los ladrones, no tienen mucha diferencia con
los imaginados en el siglo XX, por ejemplo, por Mario Puzzo para “El Padrino”.
Los
ladrones idealizados por Cervantes no sólo robaban para la cofradía sino que
además prestaban su servicio a la comunidad para que los hidalgos cobardes
pudieran vengar sus afrentas sin necesidad de mancharse las manos y de jugarse el
pellejo. A tal fin, Monipodio llevaba oculto en su capa un libro donde figuraba
la memoria de los encargos que habían de darse cada semana, con el nombre de la
víctima, el verdugo y el precio del negocio: una cuchillada a un mercader por
cincuenta escudos; doce palos de “mayor cuantía” a un bodeguero de la Alfalfa,
a un escudo cada uno...
Además
de los pinchazos, en el memorial de Monipodio, figuraban los encargos más
surrealistas y escatológicos que se puedan imaginar bajo el epígrafe de
“agravios comunes” . Los agravios iban desde publicar libelos, clavar
sambenitos y cuernos, hasta untar de mierda la casa de la víctima; todo muy
expeditivo aunque no tan violento y macabro como los encargos de don Corleone,
que al más pintado le mandaba meter en la cama, mientras dormía, la cabeza
ensangrentada de su propio caballo o lo convertía en un colador descargándole
el cargador de una metralleta de mano.
La
picaresca del siglo del oro, sigue existiendo en nuestros días aunque los
personajes son más sofisticados y utilizan otros medios para robar y hacer sus
tropelías. La cofradía de hoy es un club secreto y selecto y el señor Monipodio
tiene hoy cientos de caras y no se reúne con su gente en un patio sevillano,
pues tiene una casa en cada uno de los paraísos fiscales que hay en el mundo y
bufetes de abogados expertos en trapicheos en Panamá y en algunas ínsulas de
mares remotos que no han de ser precisamente como la ínsula Barataria que
gobernara Sancho Panza.
En
el “Rinconete y Cortadillo” de Cervantes, Monipodio se las entiende con el
alguacil, un funcionario público venal, que hacía la vista gorda con los
delitos de la cofradía, al que devuelve una bolsa robada a un pariente porque,
según Monipodio, como dice el refrán: “No es mucho que a quien te da la gallina
entera, tú des una pierna de ella”.
Hoy
para nuestro mal, sigue habiendo funcionarios, en nuestro caso cargos políticos,
que se están llevando muslos y contramuslos, a cambio de que otros roben con
impunidad las gallinas de nuestro gallinero; por no hablar de los hidalgos
cobardes de media Europa que pagan a un monipodio turco para que se dedique a
dar puñaladas cobardes en su nombre en forma de alambradas y botes de humo (25.4.2016).
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