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domingo, 3 de julio de 2016

ÉTICA, ARITMÉTICA Y POLÍTICA

            Muchos, leyendo este encabezamiento, se preguntarán que qué tiene que ver el tocino con la velocidad. Algunos pensarán que nada; que relacionar la ética con la aritmética y, sobre todo, con la política es una pura cuestión retórica; pero pienso que después de transcurridos más de tres meses desde las elecciones generales sin que se haya configurado un gobierno, es muy pertinente recurrir a la aritmética electoral para calcular la viabilidad de las posibles alianzas y, sobre todo, a la ética para calificar los comportamientos y las actitudes de los distintos líderes políticos.

            La primera conclusión del resultado electoral, algo que ningún líder va a reconocer, es que todos fracasaron; el PP y el PSOE, porque se hundieron electoralmente, (el partido del gobierno perdió 63 escaños y más de tres millones de votos y la oposición alternativa se dejó 20 escaños y un millón y medio votantes, obteniendo el peor resultado de su historia) y los partidos del cambio, Podemos y Ciudadanos, porque no fueron capaces de acabar con el bipartidismo a pesar de que lo tenían todo a su favor.

            La segunda conclusión de las elecciones fue que, aritméticamente hablando, el electorado no otorgó una mayoría estable y suficiente a ninguna fuerza política para que pueda gobernar en solitario y hacer y deshacer a su antojo, que ha sido la práctica habitual de los distintos gobiernos, salvo en contadas ocasiones, desde los inicios de nuestra democracia. Nos hemos acostumbrado a una ética política fundamentada en deshacer más que en hacer; en difamar, incluso insultar, en lugar de discrepar y criticar de forma constructiva; destruir más que construir ha sido el comportamiento cotidiano y mayoritario.

            Hemos dado por buenas, legislatura tras legislatura, con nuestro votos y a veces hasta con nuestro aplauso, actitudes y comportamientos egoístas y sectarios. En este país se es de un partido por oposición al contrario, se vota a una opción para que no gobierne la otra. Se apoya a un gobierno para que derogue las leyes que, previamente, otro gobierno impuso sin el más mínimo consenso. Se airean y magnifican las corruptelas ajenas y se pone sordina o se silencian las tropelías propias. Esa ética antiestética, esas normas de conducta, es la que hemos santificado durante años. No hemos sabido comprender que, entre otras cosas, España no tendrá arreglo, como dice el poeta Javier Salvago, mientras no se condene la corrupción ‘de los nuestros’.

            Ahora, cuando una aritmética electoral imposible, obliga a los partidos por primera vez a entenderse, nos extrañamos de que no lo hagan. ¿Cómo lo van a hacer si no lo han hecho nunca desde la transición? ¿Cómo lo van a hacer si abandonamos el consenso de aquellos años y desde entonces hemos alentado a los que proclaman que su fin es impedir que gobiernen otros? ¿Cómo van a pactar si hemos jaleado a quienes desde una posición minoritaria pretenden imponernos a todos sus líneas rojas?

            Y no lo han hecho porque su objetivo último, como están demostrando cada día, no está siendo luchar por el bienestar de la gente que necesita respuestas a la crisis social y económica que llevamos años padeciendo, sino desgastar al contrario y buscar posiciones favorables de cara a unas nuevas elecciones que parecen inevitables. Todos siguen con las mismas cantinelas de la noche electoral, salvo el PSOE y Ciudadanos; el PP agarrado al clavo ardiendo de la ‘gran coalición’ a la alemana que es la única opción que le permitiría permanecer en el gobierno y Podemos con su estrategia de acoso al PSOE, al que quiere superar como segunda fuerza, alimentando las divisiones internas de los ‘barones’ socialistas a riesgo de soliviantar a las huestes propias que apuestan por un acercamiento.

             Socialistas y Ciudadanos son los únicos que han movido ficha, pero se les vio a la legua que su acuerdo para la investidura fallida de Sánchez fue un matrimonio de conveniencia y de supervivencia; sobre todo para Ciudadanos, el peor parado de las elecciones a pesar de que todo indicaba lo contrario; su fragilidad les fuerza a tragarse el desprecio que Sánchez les hace cuando se pone en almoneda, un día sí y otro también, con Podemos y sus ‘confluencias’, con tal de ser presidente a toda costa.

            El acuerdo con Ciudadanos fue para Sánchez como la trasfusión a un herido que se desangra; la sesión de investidura se convirtió en un acto electoralista para maquillar como ganador a un perdedor clamoroso; el problema de Sánchez es que la herida sangrante sigue abierta y si no la cierra antes del 2 de mayo, que es la fecha límite para que se convoquen nuevas elecciones, fuera y dentro de su partido hay más de uno y más de una, dispuestos a vampirizarlo.

            Me temo que después de toda esta pantomima ocurrirá lo inevitable: volveremos a tragarnos una nueva campaña electoral para que nos vuelvan a repetir la misma cantinela de lo malos y corruptos que son los otros y de lo buenos que son los nuestros y de lo mala que es la casta sino pacta conmigo, y lo descastada que es si lo hace, y de que cambiar la Constitución nada de nada a no ser que sea como yo te diga. Y si al final, como muchos vaticinan, el resultado de las nuevas elecciones es el mismo o muy parecido, habremos demostrado una vez más que tenemos lo que nos merecemos, es decir, más de lo mismo (28.3.2016).

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