La
primera conclusión del resultado electoral, algo que ningún líder va a
reconocer, es que todos fracasaron; el PP y el PSOE, porque se hundieron electoralmente,
(el partido del gobierno perdió 63 escaños y más de tres millones de votos y la
oposición alternativa se dejó 20 escaños y un millón y medio votantes,
obteniendo el peor resultado de su historia) y los partidos del cambio, Podemos
y Ciudadanos, porque no fueron capaces de acabar con el bipartidismo a pesar de
que lo tenían todo a su favor.
La
segunda conclusión de las elecciones fue que, aritméticamente hablando, el
electorado no otorgó una mayoría estable y suficiente a ninguna fuerza política
para que pueda gobernar en solitario y hacer y deshacer a su antojo, que ha
sido la práctica habitual de los distintos gobiernos, salvo en contadas
ocasiones, desde los inicios de nuestra democracia. Nos hemos acostumbrado a
una ética política fundamentada en deshacer más que en hacer; en difamar,
incluso insultar, en lugar de discrepar y criticar de forma constructiva;
destruir más que construir ha sido el comportamiento cotidiano y mayoritario.
Hemos
dado por buenas, legislatura tras legislatura, con nuestro votos y a veces
hasta con nuestro aplauso, actitudes y comportamientos egoístas y sectarios. En
este país se es de un partido por oposición al contrario, se vota a una opción
para que no gobierne la otra. Se apoya a un gobierno para que derogue las leyes
que, previamente, otro gobierno impuso sin el más mínimo consenso. Se airean y
magnifican las corruptelas ajenas y se pone sordina o se silencian las
tropelías propias. Esa ética antiestética, esas normas de conducta, es la que
hemos santificado durante años. No hemos sabido comprender que, entre otras
cosas, España no tendrá arreglo, como dice el poeta Javier Salvago, mientras no
se condene la corrupción ‘de los nuestros’.
Ahora,
cuando una aritmética electoral imposible, obliga a los partidos por primera
vez a entenderse, nos extrañamos de que no lo hagan. ¿Cómo lo van a hacer si no
lo han hecho nunca desde la transición? ¿Cómo lo van a hacer si abandonamos el
consenso de aquellos años y desde entonces hemos alentado a los que proclaman
que su fin es impedir que gobiernen otros? ¿Cómo van a pactar si hemos jaleado a
quienes desde una posición minoritaria pretenden imponernos a todos sus líneas
rojas?
Y
no lo han hecho porque su objetivo último, como están demostrando cada día, no
está siendo luchar por el bienestar de la gente que necesita respuestas a la
crisis social y económica que llevamos años padeciendo, sino desgastar al
contrario y buscar posiciones favorables de cara a unas nuevas elecciones que
parecen inevitables. Todos siguen con las mismas cantinelas de la noche
electoral, salvo el PSOE y Ciudadanos; el PP agarrado al clavo ardiendo de la
‘gran coalición’ a la alemana que es la única opción que le permitiría
permanecer en el gobierno y Podemos con su estrategia de acoso al PSOE, al que
quiere superar como segunda fuerza, alimentando las divisiones internas de los
‘barones’ socialistas a riesgo de soliviantar a las huestes propias que
apuestan por un acercamiento.
Socialistas y Ciudadanos son los únicos que
han movido ficha, pero se les vio a la legua que su acuerdo para la investidura
fallida de Sánchez fue un matrimonio de conveniencia y de supervivencia; sobre
todo para Ciudadanos, el peor parado de las elecciones a pesar de que todo
indicaba lo contrario; su fragilidad les fuerza a tragarse el desprecio que
Sánchez les hace cuando se pone en almoneda, un día sí y otro también, con
Podemos y sus ‘confluencias’, con tal de ser presidente a toda costa.
El
acuerdo con Ciudadanos fue para Sánchez como la trasfusión a un herido que se
desangra; la sesión de investidura se convirtió en un acto electoralista para
maquillar como ganador a un perdedor clamoroso; el problema de Sánchez es que
la herida sangrante sigue abierta y si no la cierra antes del 2 de mayo, que es
la fecha límite para que se convoquen nuevas elecciones, fuera y dentro de su
partido hay más de uno y más de una, dispuestos a vampirizarlo.
Me
temo que después de toda esta pantomima ocurrirá lo inevitable: volveremos a
tragarnos una nueva campaña electoral para que nos vuelvan a repetir la misma
cantinela de lo malos y corruptos que son los otros y de lo buenos que son los
nuestros y de lo mala que es la casta sino pacta conmigo, y lo descastada que
es si lo hace, y de que cambiar la Constitución nada de nada a no ser que sea
como yo te diga. Y si al final, como muchos vaticinan, el resultado de las
nuevas elecciones es el mismo o muy parecido, habremos demostrado una vez más
que tenemos lo que nos merecemos, es decir, más de lo mismo (28.3.2016).
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